Milo Locket
Ser humano, chaqueño, argentino y pintor
Por Cecilia Rubino - Marzo 11 - 2010
En una época sin paradigmas de hierro, que no nos permite catalogar, ordenar, sistematizar, crece el fenómeno de bienales, ferias y galerías; imponiendo eso que llamamos arte. Nadie hoy puede definirlo, pues para ello habría que estar seguros de que es eso que llamamos arte.
Entre la catarata de vernissages que se celebran de miércoles a sábados en la ciudad apareció la obra de Milo Lockett. Oriundo del Chaco hace 10 años se dedica a la plástica y sus coloridos objetos y pinturas de trazo aniñado forman parte de colecciones de España, Estados Unidos, Francia, Italia, Suecia y por su puesto Argentina.
Su obra es amplia y accesible. Los colores y la referencia a formas reconocibles, permiten proyectar sobre ella los primeros trazos, la infancia, la niñez. Todos hemos estado allí, y podemos hablar ese idioma.
En la obra de Milo esto es crucial ya que se “preocupó por tener un lenguaje”, que logra a base de signos simples: pipas, sombreros, fosas nasales, ojos, piernas…
Gracias a las formas ricamente sintéticas, por las que nunca se preocupó mucho y colores que dependen de “mi estado de ánimo”, la obra de Milo Lockett se vuelve personal, originaria.
Nos habla de la geografía de su hábitat: calidez, simplicidad, frutos, fauna y también permiten relacionarla con los primeros pobladores del país. Existe un vínculo estrecho entre su obra y las imágenes de éstos, sobre todo por la pureza que se logra. De hecho, Milo divide su tiempo entre la creación artística y actividades solidarias con comunidades aborígenes Wichi y Pilagá, que sin duda han sido una gran fuente de inspiración. Este no es el único guiño.
Como se mencionó antes hay una referencia a la infancia. Sobre todo en el trazo, y en el uso constante de la curva, que desliza con personalidad. Parte de su energía, también la enfoca en dirigir programas de actividades plásticas para chicos con bajos recursos.
Su obra trasciende el fenómeno de curación, se involucra por otros sectores que también la validan. Por eso, encuentra refugio en las llamadas vanguardias históricas. Se desarrollaron durante la primera mitad del siglo XX y proponían programas políticos y artísticos.
Tal vez hayan caído las grandes utopías y los parámetros de exclusión e inclusión no sean rígidos, pero siempre queda morada en el arte, como actividad, como empuje creador.
Para Milo “cualquier persona que tenga la actitud” puede ser artista.
La conjunción de proyectos como “La Argentina pinta”, “la revolución de los niños”, “un minuto por mis derechos” para UNICEF, con su trazo, la elección anímica del color, el diseño de una imagen, etc. vuelven a su obra un hecho social, transparente; pareciera un pedacito de corazón expuesto, sin barreras.
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